¡No me regalen más decantadores!

Hubo una época en que decantar un vino en un restaurante era signo de distinción, y supongo también que demostración de conocimiento por parte del mâitre/sumiller. Ibas a un restaurante y, junto con la botella en una mano, el decantador en la otra. En muchas veces sin preguntar si queríamos o no que nos aireasen el vino y en otras incluso ya te lo traían decantado a la mesa, ¡el colmo!. Y casi ni podías decir nada porque por respuesta te espetaban “pero si esto le viene muy bien al vino”. Sin palabras. La ignorancia es atrevida.

Pero no solo esa moda moraba entre los profesionales de la restauración. Los clientes, y hablo por mi experiencia, reclamaban la decantación en vivo y directo como parte del espectáculo gastronómico. Lo que menos importaba era el vino, sino la experiencia. El cliente manda, y en estos casos la desilusión al desaconsejar este acto es mayor que el goce de un vino correctamente servido.

Tengo la sensación de que ese boom de la decantación ya ha pasado, y me alegro. Nunca fue partidaria del abuso de decantar los vinos, sino más bien del placer de una buena copa en reposo. Ya sabemos que hay vinos a los que les sienta muy bien tanto para los aromas como las sensaciones en boca. Dependerá de las circunstancias, el entorno, el tiempo etc. que sea casi obligado tener que hacerlo.

He conocido a muchas personas que han acumulado decantadores de todo tipo durante años. Entre regalos de Navidad y cumpleaños, uno puede llenar una estantería. Fue el obsequio de moda durante una larga temporada. Ante tal colección, la pregunta era evidente, ¿qué hago con tanto decantador?. La respuesta está en esta imagen, que vale más que mil palabras.

florero decantador

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